Verónica Mera
Bienvenidas…
La llegada triunfal de Verónica
Podría haber nacido en una cálida habitación de hospital, con médicos preparados y luces estériles iluminando mi llegada. Pero no, ese habría sido un comienzo demasiado convencional para mí.
Era una mañana de diciembre de 1983, el caos vehicular de Caracas estaba en su apogeo y mi madre, convencida de que todo iba bien, seguía yendo al baño con una insistencia que despertó las sospechas de mi abuelita. Entre argumentos y una dosis de incredulidad, lograron convencerla de que no era una urgencia fisiológica común, sino el principio de mi entrada triunfal al mundo.
Así comenzó el operativo de emergencia. Mi vecino, Segundo, se puso al volante como un piloto de Fórmula 1, mi abuelita en modo comadrona de guerra, y mi hermano, con apenas seis años, sentado en el asiento de copiloto, sin saber que estaba a punto de presenciar el evento del año.
El tráfico estaba en contra, el destino estaba en contra, pero yo no. Yo estaba decidida a nacer.
Con cada contracción, el pánico en el auto aumentaba. Mi abuelita, con la serenidad de quien ha visto de todo, anunció: “¡Ya está coronando!” Mi madre, entre gritos y sorpresa, comprendió que no había marcha atrás. Segundo, desesperado, empezó a tocar la corneta con tanta energía que terminó fundida. Sin opción, sacó el brazo por la ventana y golpeó la puerta del carro mientras mi hermanito gritaba: “¡Permiso, que mi hermanita viene al mundo!”
Y así, en medio del tráfico caraqueño, con un carro sin aire acondicionado y una familia en estado de emergencia, Verónica llegó al mundo, sin pedir permiso y sin esperar a nadie.